martes, 1 de julio de 2014

Mi alma canta la grandeza del Señor: la oración en la vida del cristiano

Una de las frases que más hemos sentido pronunciar a nuestro papa Francisco ha sido recen por mí. El Santo Padre manifiesta este deseo a cada persona que se le acerca, no como cliché que repite en manera mecánica sino como expresión propia de quien es muy consciente de la fuerza de la oración.

Muchas veces los cristianos nos encontramos con personas que nos confían – con cierto dolor – que “no saben rezar”, que cuando se encuentran delante de Dios no saben qué decir, o que escuchando a su alrededor tantas propuestas de oración (rosario, novenas, oración con la Biblia) se sienten desorientados a la hora de encontrar el modo más conveniente para ellos. Por eso, me gustaría proponer algunas migajas del gran tesoro de sabiduría que la Iglesia ha reunido a lo largo de dos mil años respecto a la oración cristiana.

Ante todo, rehusamos hablar de métodos de oración, ya que no se trata de una técnica (a la manera del yoga, o de la concentración mental), sino de una actitud frente a Dios. Las técnicas físicas y mentales pueden ayudar, pueden disponer, pero jamás reemplazar la oración. No se trata de métodos sino de caminos para encontrarnos con Dios: lo que importa, en definitiva, es el encuentro. Resultan interesantes, en este sentido, las definiciones de oración de dos grandes santas carmelitas. Santa Teresa de Ávila decía que la oración es un trato de amistad con quien sabemos que nos ama (Dios). De manera similar, Santa Teresita del Niño Jesús la describía como un impulso del corazón. En ambos casos, no se trata de un manual de instrucciones, sino de una “toma de conciencia” de la presencia de Dios, de saber que Él está junto a nosotros: como aquel yo lo miro y Él me mira que respondía el humilde campesino cuando el cura de Ars le preguntaba curiosamente cómo rezaba cuando visitaba a Jesús en el Sagrario.

Avanzando un poco más, resulta interesante – frente al problema del qué decir cuando nos encontramos en actitud de plegaria – la propuesta que nos hace el Catecismo de la Iglesia Católica. El Catecismo recuerda que hay básicamente cuatro modos de rezar, cuatro actitudes orantes frente a Dios, que resumen los estilos de oración de todos los tiempos y lugares:

- La oración de petición (2629-2633): expresa nuestro ser creaturas, con los límites que ello comporta. No somos autosuficientes y nos descubrimos necesitados de Dios tanto en el aspecto material (que nunca nos falte el pan de cada día, o la salud, o los bienes para vivir dignamente) como espiritual (la paz, la unidad, el perdón, la justicia, etc.). Siempre tenemos un motivo para “pedir” algo a Dios.

- La oración de intercesión (2634-2636): se trata de la oración que nos asemeja más a Jesús, porque su misma vida fue una gran intercesión por los hombres ante Dios. En la intercesión se muestra el perfil desinteresado del orante: por un momento nos ponemos nosotros mismos a un costado y hacemos partícipe de la oración a alguien más. San Pedro en su primera carta dice que los cristianos son un pueblo sacerdotal (1Pe 2,9), es decir un pueblo de intercesores, porque han sido puestos en el mundo para mediar por el mundo, para ser ante Dios la voz de los que no tienen voz y ante los hombres la presencia de Dios y de su salvación. La intercesión, en este sentido, es una verdadera misión, un deber que todos los cristianos tenemos con Dios y con los demás.

- La oración de acción de gracias (2637-2638): solo un corazón atento y optimista es capaz de agradecer. Dar gracias significa tener la sabiduría de mirar el propio pasado descubriendo la huella de Dios en las personas y acontecimientos – tanto importantes como insignificantes – que han formado parte de él. No por casualidad la celebración cristiana por excelencia es llamada eucaristía (acción de gracias), ya que los cristianos siempre encuentran en Dios un motivo para hacerlo. Esta actitud, lejos de ser un optimismo ingenuo que no quiere ver las dificultades reales de la vida, es una actitud de fe que sabe ver más allá de la inmediatez de los eventos cotidianos.

- La oración de alabanza (2639-2643): «La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es» (2639). Con estas bellas palabras resume el Catecismo el significado del último estilo oracional. La alabanza es la oración eterna de los ángeles en la presencia de Dios, según nos cuenta el Apocalipsis (4,8-11), es la oración de Jesús cuando estalla de alegría al regresar los discípulos de su misión (Mt 11,25), es el canto del pueblo de Israel cuando experimenta la liberación de Dios luego de cruzar el Mar Rojo (Ex 15). Es la cumbre de la oración: cuando el corazón orante ya no se ve movido por algún motivo (reconocimiento, petición, arrepentimiento) sino que simplemente desea expresar a Dios su grandeza y su bondad.

Ciertamente, los cuatro aspectos no suelen motivarnos de la misma manera cada vez que oramos: en ciertos días nuestro corazón sentirá el deseo de dar gracias por el paso de Dios en nuestra vida a través de una persona o de un hecho concreto. Otras veces sentiremos la necesidad de solicitar a Dios algo que nos está faltando. En no pocas oportunidades vendrá a nuestra mente y a nuestro corazón la imagen de una persona – cercana o lejana – por la cual sentiremos el deber de interceder. Y por último, nos sucederá a menudo, que gozaremos por el solo hecho de estar en la presencia de Dios, alabándolo, diciéndole “cosas hermosas”, como solemos hacer con las personas que amamos, sin que haya un motivo o interés concreto de por medio.

Los cuatro modos de oración se funden, de modo pleno, en la oración litúrgica, que es la oración de la Iglesia por excelencia. En ella los cristianos nos encontramos con Dios como familia, en ella damos gracias, intercedemos, pedimos perdón, alabamos. En ella no solo nuestro espíritu reza sino también nuestro cuerpo: cantamos, escuchamos, nos arrodillamos, nos paramos, movemos las manos, comemos, ungimos, iluminamos, vestimos. En ella recordamos las maravillas de Dios en el pasado para descubrirlo en el presente y fortalecer nuestra esperanza en su promesa futura.

Lo importante, en definitiva, es que estos cuatro aspectos se encuentren presentes en el conjunto de la vida de oración, que exista un equilibrio entre ellos. Si mi oración se basa exclusivamente en la petición, ésta se asimilará más a un intercambio comercial con Dios que a un encuentro desinteresado; si lo único que hago es pedir perdón, la oración irá creando en mí un espíritu de escrúpulos, y dejará de ser un momento de gozo para convertirse en un peso tortuoso; si solo doy gracias o alabo a Dios por sus dones terminaré convirtiendo la oración en un encuentro individualista y narcisista que excluye totalmente a los demás del horizonte de mi vida cristiana. Es solamente integrando mis necesidades individuales con las necesidades de los demás, la madurez y la humildad de saber pedir perdón con la alegría de saber dar gracias, la capacidad de escuchar con la capacidad de responder, que la oración puede volverse realmente fecunda en mi camino de fe.