Lamentablemente, como solía decir un teólogo francés hace algunas décadas, se trata del "pariente pobre de los sacramentos". Por diversos motivos. Hasta hace algunos años se la llamaba la Extremaunción, porque solo se daba a las personas que estaban a punto de morir. En ese sentido, el sacramento provocaba una especie de terror en las personas, y nadie se animaba a pedirlo al sacerdote, porque significaba "reconocer que el enfermo ya no tenía cura".
Hoy en día, si bien esa concepción ha sido en parte
superada, debemos reconocer que muchos siguen pensando de esa manera, y que
incluso aquellos que ya no la ven para los moribundos, sino para los enfermos,
aún así continúan considerándola un sacramento "para casos de
urgencia" (antes de una operación importante, en que la propia vida puede
estar en riesgo, una persona de edad muy avanzada, una enfermedad con cierto
grado de gravedad, etc.). En pocas palabras, continuamos viendo el sacramento
de los enfermos como el "sacramento de los enfermos graves".
Les comparto algunas ideas importantes respecto a
este sacramento:
En los primeros tiempos de la Iglesia (primer
milenio), la unción era considerada UN RITO QUE AYUDABA NO A MORIR, SINO A
VIVIR. Los cristianos la celebraban con la esperanza de ser sanados de sus
enfermedades. Posteriormente, por diversas circunstancias históricas, se ha comenzado
a entender como sacramento de cara a la muerte.
- Existía, efectivamente, un sacramento específico
para los moribundos, pero no era la unción, sino la "comunión", que
en el lecho del enfermo adquiere un nombre especial: "EL SANTO VIÁTICO".
Lamentablemente hoy hemos perdido esa práctica (un poco por falta de formación,
otro poco porque los sacerdotes somos perezosos): son muy pocos los que piden
el viático para alguien que está muriendo. Sería hermoso que pudiéramos
recuperarlo como costumbre: la eucaristía es el regalo más adecuado que nos da
Dios para no realizar solos el viaje de este mundo al Paraíso.
- La única condición para poder "celebrar"
(uso esta palabra a propósito, en vez de "recibir" o "dar",
o "administrar". Los sacramentos se celebran, no se dan o reciben) la
unción es que UNA PERSONA ESTÉ SUFRIENDO POR ALGÚN MOTIVO, Y TAL SUFRIMIENTO
PROVOQUE EN ELLA UNA CRISIS EXISTENCIAL O ESPIRITUAL IMPORTANTE. Entiéndase
bien: no se trata de "peligro de muerte", ni de edad (de hecho hay personas
de 80 años que no necesitan el sacramento, simplemente porque se encuentran
bien, física y espiritualmente), ni de urgencia. Tampoco se trata
exclusivamente de "enfermedades físicas". Hoy en día la medicina está
demostrando que lo que entendemos por enfermedad se ha ampliado considerablemente
(puede tratarse de enfermedades mentales o psicológicas, como la depresión,
alzheimer, trastornos de ansiedad, etc.) Dicho con dos ejemplos opuestos: puedo
encontrarme de cara a una operación importante y estar tranquilo
espiritualmente. En este caso no necesito el sacramento, porque de hecho Dios
me fortalece por otros medios (la eucaristía, la reconciliación, la oración,
etc.). O bien, puedo sencillamente estar sufriendo un estado de depresión agudo
que realmente dificulta mi vida de fe. En este caso el sacramento de la unción
sería totalmente adecuado. En resumen: LA CONVENIENCIA DEL SACRAMENTO NO ESTÁ DETERMINADA
POR UNA SITUACIÓN OBJETIVA (enfermedad, peligro de muerte, riesgo, etc.) SINO
POR LA EXPERIENCIA QUE DICHA SITUACIÓN PRODUCE EN MI (crisis, miedo, angustia,
falta de fe, etc.).
- Por otro lado, podríamos preguntarnos: ¿ES LÍCITO
ESPERAR QUE EL SACRAMENTO NOS SANE? CLARO QUE SÍ. Por diversos motivos: el ser
humano es espíritu y cuerpo. Todo lo que hace bien o mal a su cuerpo, hace bien
o mal a su espíritu. Y la misma verdad sirve para el caso opuesto: todo lo que
hace bien o mal al espíritu tiene repercusiones en su cuerpo. Sin embargo debemos
TENER CUIDADO EN IDENTIFICAR TAN FÁCILMENTE SANACIÓN CON RECUPERACIÓN FÍSICA.
La sanación es un concepto mucho más amplio: se trata de una reintegración
total de la persona, que incluye la recuperación de sus energías espirituales,
la posibilidad de ver con esperanza el horizonte de la propia vida, la
posibilidad de sentir la presencia de Dios de un modo mucho más intenso y,
muchas veces (aunque no todas) la recuperación física. La unción no es un rito
mágico. Es un sacramento: es un instrumento para encontrarme con Dios y sentir
su caricia. Esta caricia suele estar llena de sorpresas. Pero justamente por
ser sorpresas, no siempre están condicionadas por lo que nosotros pretendemos.
- ¿CUANTAS VECES SE PUEDE RECIBIR LA UNCIÓN DE LOS
ENFERMOS? La respuesta es sencilla: TODAS LAS QUE SEA NECESARIA. No se trata de
poner un límite a la gracia de Dios. La frecuencia y la cantidad de veces dependen
de las necesidades del enfermo. Precisamente, porque no se trata de un rito
mágico a veces hace falta tiempo, paciencia. Las caricias sanan, pero a veces
hace falta recibir varias caricias por un tiempo.
- Por último, la unción, como sacramento que debe
ser celebrado, NO ES SOLO UNA CUESTIÓN ENTRE EL ENFERMO Y EL SACERDOTE. No es
novedad que tantas veces, cuando el sacerdote llega al lecho del enfermo, todos
se apresuran a irse "para dejarlos solos". Todo lo contrario: debemos
quedarnos, acompañar con nuestra oración. Aunque no lo crean, se ayuda mucho al
enfermo sentir la fuerza de la oración de tantas personas que se encuentran a
su alrededor. Es la comunidad cristiana que está intercediendo por él. Es una
oración que llega con seguridad al cielo. El sacramento, en este sentido, no se
compone simplemente de las palabras del sacerdote y el gesto de ungir con oleo
en el cuerpo del enfermo. La presencia y oración de la comunidad reunida es una
parte esencial de la unción de los enfermos, y es una condición indispensable
para que la misma sea eficaz: "cuando dos o más están reunidos en mi
nombre, yo estoy en medio de ellos", dice Jesús.
Habría mucho más para decir, pero ya nos hemos
alargado bastante. Espero que se animen a celebrar este sacramento olvidado que
ha sido regalado por Dios para ser aprovechado. No le tengamos miedo. Ya no lo
pensemos en relación a la muerte, ya no lo pensemos para "cierto tipo de
personas desgraciadas", ya no lo pensemos como una cosa entre el sacerdote
y en el enfermo. Pensemos en cambio en la historia del Buen Samaritano, aquella
hermosa parábola que narraba Jesús para explicar la cercanía de Dios con todos
los que sufren: Mors et Vita duello conflixere mirando, reza la secuencia del
domingo de Pascua (el Victimae Paschali), resumiendo en modo magistral un combate
tan antiguo y tan nuevo, tan cósmico y tan humano, tan de Dios y tan nuestro,
como es aquél entre la Vida y la Muerte. La sabiduría de la fe nos asegura
quién vencerá al final. Sin embargo, no nos exime de la batalla. El camino debe
ser transitado, los clavos deben atravesar la carne, la piedra debe ser
corrida. Los sacramentos son, en este combate, las armas y el coraje mismo, el
escenario de la lucha y el camino a recorrer, los compañeros del viaje y el
Anfitrión que nos espera al final. Cada uno toma cuerpo y forma diversa según
el estado de la batalla, según el trazo del sendero, según la hora del día.
Cada uno puede manifestarse como brisa alentadora de la Vida o escudo templado
contra la Muerte. O por qué no ambas cosas al mismo tiempo. La unción de los
enfermos es también, en este combate existencial, la Presencia del Buen
Samaritano que sana con óleo nuestras heridas y nos carga sobre su montura
cuando la dureza del combate nos inmoviliza, nos arroja al costado del camino y
nos impide continuar. También él es brisa y escudo, la Vida que anima la vida y
la Vida que enfrenta la muerte, y nunca una sin la otra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario